sábado, 28 de abril de 2012

ESTEBAN SOKOL


Su indescriptible pasión por los caminos del TC, lo llevaron a conducir tanto Chevrolet como Ford, sin interesarle la marca, sino beberse los vientos y transitar los polvorientos senderos a elevada velocidad. Esteban Sokol también fue de los que utilizó seudónimos cuando los resultados no se dieron, ya que figuró en algunas carreras como “Ameghino Corcuera” o “Roberto Bengolea”. Todos estos atributos, agregados a sus laureles deportivos, nos trasladan hoy a recordar a este batallador incansable de la categoría más popular.

Los primeros episodios


El 26 de octubre de 1947 logró insertarse en el clasificador final, cuando tras recorrer los arduos 540,8 kilómetros de la “Doble Vuelta Sierra de la Ventana”, arribó sexto en notable performance. La magnitud de semejante resultado, generó inusitadas expectativas para los dos próximos compromisos de aquel torneo, el “Gran Premio de Carreteras” y las “Mil Millas”, pero en ambos casos la suerte fue esquiva y debió abdicar.
La especialidad abrió el año 48 con las mejores galas y los corredores comenzaron a utilizar las competencias cortas como banco de pruebas para la “Caracas”. Sokol no tuvo un arranque muy bueno que digamos, ya que en los últimos días del mes de febrero concluyó noveno en la “Vuelta de Coronel Pringles”. Posterior a esta presentación, las frustraciones se sucedieron y no pudo cristalizar una óptima participación.

El día más esperado
El 12 de octubre la gente de Mar del Plata organizó una carrera para no ganadores que llevó la denominación de “Premio Intendencia General Pueyrredón”, cuyo recorrido se pactó sobre siete vueltas a un trazado de 153,2 kilómetros, para totalizar 919,200 kilómetros. Lo de Esteban en esta oportunidad orilló la perfección, ya que en la jornada previa se realizó una prueba de clasificación que ganó a voluntad. Mientras en competencia caminó muy fuerte de entrada, dominando con suma solvencia durante los primeros cuatro giros y en la parte final reguló el andar para preservar la integridad de su Chevrolet. Finalmente y de manera categórica, triunfó en un neto de siete horas treinta y cinco minutos treinta seis segundos a 120,965 km/h de promedio.
Sin lugar a dudas que el “mega evento” de aquel ejercicio fue la concreción del “Gran Premio de la América del Sur” el que Sokol encaró sumamente motivado por la reciente victoria obtenida. Pero tanto en la vida como en el automovilismo, hay circunstancias que no se pueden prever y las ilusiones de Esteban Sokol se truncaron rápidamente, ya que a seiscientos metros de la partida se estrelló violentamente contra una columna de alumbrado; afortunadamente no hubo que lamentar víctimas, pero las ilusiones generadas previamente y ese enorme afán por recorrer los bravos caminos su-damericanos, se despedazaron en el acto, quedándole al piloto y a su acompañante un sabor muy amargo. Cerrando aquel calendario afrontó el trayecto de “Mil Millas Argentinas”, donde comenzó muy bien, pugnando por los sitiales de vanguardia, pero distintas contingencias lo relegaron y finalmente pudo arribar en el octavo lugar.

Con expectativas renovadas
Inició 1949 con el firme propósito de ser un serio protagonista y pelear de igual a igual con los ases del momento; solo que los fierros muchas veces se empecinaron en dejar de funcionar y sus aspiraciones fueron quedando al borde del camino. Hasta que por fin llegó la extenuante “Vuelta del Chaco”, donde pudo evidenciar todo su temple para concluir en un decoroso octavo puesto, para ser sexto en el “Premio de Villa Ballester”.
Por su devastador estilo de conducción, le costó muchísimo llegar al final de las carreras, producto de ello fue lo realizado en 1950 donde tras padecer varios contratiempos en la jornada inicial de la “Vuelta de Santa Fe”, se impuso rotundamente en la segunda etapa corrida entre Reconquista y Venado Tuerto, caminando en una media superior a los 134 km/h. Lo que no le alcanzó para ganar la competencia, pero sí para ubicarse cuarto por detrás de Domingo Marimón, Oscar Gálvez y Jorge Descotte. Andando los últimos días de abril, manifestó un notable desempeño en Mar del Plata, cuando luego de peregrinar 869,585 kilómetros, logró finalizar tercero a espaldas de Juan Gálvez y José Francia y precediendo nada menos que a Oscar Alfredo Gálvez. Tras esta magnífica performance, los resultados empezaron a ser adversos y Sokol decidió buscar rumbos nuevos.


Cambio de marca
Pensó que esto era lo mejor para volver a los sitiales de privilegio y armó una cupé Ford. Lógicamente que no fue tarea sencilla, ya que demandó un tiempo prudencial volver a mezclarse en las colocaciones de avanzada. Sumamente motivado inició el “Gran Premio” de 1954, portando en los laterales de su bólido el Nº 46; pero en el transcurso de la primera etapa y poco antes de Venado Tuerto se vio obligado a desertar.
Si bien es cierto que nunca bajó los brazos y la siguió peleando, el primer arribo con la marca del óvalo lo registró el 6 de marzo de 1955, al finalizar octavo en Olavarría. Posteriormente fue quinto en Santa Fe, donde evidenció una sólida conducción. Para acceder al podio el 8 de mayo, cuando en destacable labor cubrió con creces los 910,775 kilómetros de la clásica “Mar y Sierras”, terminando tercero por detrás de Navone y Petrini.
Durante 1956 los resultados no fueron los esperados, ni siquiera en el “Gran Premio de Carreteras”, donde evidenció un feroz arranque en la etapa inicial que unió Buenos Aires con Bariloche (1.762,9 kilómetros), para quedarse definitivamente en la segunda jornada. Como buen batallador que fue, intentó poner todo en 1957, pero una vez más los “fierros” cedieron y los arribos se negaron. Finalmente un nuevo “Gran Premio” y de vuelta la esperanza; con el Nº 22 en su Ford, salió decidido a revertir esta situación, pero las ilusiones se truncaron rápidamente.
Si bien fue cierto que continuó algún tiempo más compitiendo, ya los sitiales de avanzada no lo tuvieron más entre sus protagonistas y se fue despidiendo muy lentamente de la práctica activa del automovilismo deportivo, dejándonos en su paso por esta riesgosa actividad anécdotas al por mayor y una noble enseñanza; no bajar jamás los brazos.

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